La vestimenta de la mujer siempre ha sido un campo de batalla de regulación y presión social. Corsés, enaguas, faldas de aro o polisones… Durante siglos, han estado obligadas a usar prendas de ropa pesadas que restringían todo movimiento. A través de la moda, una cuestión paradójicamente determinada como "femenina", el sistema iba reflejando el papel que ellas tenían que tener en el marco de convivencia que los hombres establecieron: ser un adorno. Con dicho fundamento como prólogo aparecieron también los bikinis. Esta prenda veraniega, en realidad, no es tan moderna como parece. Un mosaico conocido como 'Chicas en bikini' hallado en una villa romana del siglo IV en la piazza Armerina de Sicilia (Italia) lo demuestra. Eso sí, puede decirse que su primera gran aparición en público de manera popular llegó a mediados del siglo XIX, aunque ya en el siglo XVIII las clases sociales más elevadas se acercaban al mar con cierta frecuencia como una práctica de vida saludable.
Fueron las mejoras en los sistemas ferroviarios y otros métodos de transporte lo que hizo de aquellos viajes un pasatiempo más común para una población algo más amplia. Nadar y pasar el día en la costa se volvió una actividad recreativa de primera. Sin embargo, hasta la época victoriana, las mujeres privilegiadas no pudieron disfrutar de un baño en alguna playa pública, aunque con estrictos códigos de vestimenta que requerían, entre otras cosas, que estuvieran cubiertas de pies a cabeza.
No solo eso, el protocolo, como un escondite, incluía que fueran desplazadas en carruaje, con el fin de que quedaran ocultas durante el camino. Solo unas pocas y en algunos pocos lugares tuvieron la posibilidad de acceder a la orilla usando lo que llamaban máquina de baño, pequeñas estructuras con ruedas que arrastraban con ellas por el agua mientras garantizaban su privacidad.
El gran libro de instrucciones que debían seguir para pegarse un chapuzón y refrescarse, en cualquier caso, no parecía suficientemente amplio para algunos legisladores. Entre 1838 y 1902, llegaron incluso a implementar leyes para prohibir que las mujeres nadaran durante el día en algunas zonas de Australia.
Al mismo tiempo, el traje de baño (como se le conocía) iba tomando forma para convertirse en un elemento esclarecedor de cada década que atravesara. Una especie de simbología ya sugería en torno a él los vestigios de tiempos pasados y las posibilidades futuras, una sugerencia narrativa ligada siempre, por supuesto, a la imagen del cuerpo de las mujeres en el marco de la mirada masculina
En un principio, estos trajes estaban hechos de tela de franela gruesa, lo más opaca posible y lo suficientemente resistente como para no levantarse con el agua. Poco a poco, se empezaron a fabricar con lana, algodón o incluso con felpa, según señala la archivista de moda, historiadora y curadora Beth Duncuff Charleston, en un artículo para el Instituto del Traje del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET). Fue a principios del siglo XX cuando su diseño empezó a adquirir formas más ligeras. En 1896, la natación se había convertido en un deporte olímpico e interuniversitario en algunos países, con lo que mucha gente se dio cuenta de que los trajes hasta ese momento se habían diseñado sin tener en cuenta su funcionalidad.
Parecía casi imposible, pero el bikini estaba bastante cerca de aquellas escenas moralistas y decorosas que seguían produciéndose fuera de las competiciones. En 1910, la ropa de baño femenina ya era menos restrictiva y pesada. Las mujeres expusieron entonces sus brazos, y los dobladillos se subieron hasta la mitad del muslo. A medida que avanzaba la década de 1920, los trajes de baño se hicieron más pequeños, y su demanda creció.
Se dice que el primer dos piezas funcional fue inventado por Carl Jantzen en 1913, aunque el diseñador de moda Jacques Heim y el ingeniero mecánico Louis Réard afirman ser los primeros en lanzar el bikini tal y como conocemos hoy. Sucedió en el verano de 1946 en Cannes y otras ciudades de la Costa Azul francesa. No obstante, estos estilos ya se habían podido ver en la gran pantalla desde la década de 1930. Así, por ejempo, aparecieron mujeres en bikini en la película 'Bathing Beauties' de Mack Sennett y, en una versión pareo, también lo lució Dorothy Lamour en 'Hurricane' de 1937. A lo largo de aquella década, la cultura visual compartió espacio en la atención pública con el movimiento de salud y 'fitness' que llamaba a un físico femenino "sano y en forma". Se hablaba ya de "mantener la figura", y aunque se animaba a las mujeres a participar en el ejercicio para ello, solo les era posible en formas que se consideraran propias de una dama
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